Ya sea por su elevada exigencia culinaria, por su ambiciosa puesta en escena o por su indudable relevancia internacional, no hay nada parecido al Bocuse d’Or. Y eso también se puede comprobar durante las eliminatorias continentales que se celebran para escoger a los 20 chefs que competirán por el oro en la final de Lyon. Este 11 y 12 de junio hemos sido testigos de excepción de la competición europea en Turín (Italia), con 20 países en busca de una de las diez plazas disponibles.
Una vez más la eliminatoria tuvo marcado acento nórdico. Ganó el noruego Christian André Pettersen, acompañado en el podio por el sueco Sebastian Gibrand y el danés Kenneth Toft-Hansen. Todo muy previsible. La emoción residía principalmente en ver cómo se desenvolvía España, que volvía a la carga con un nuevo proyecto entre manos y tras varias ediciones obteniendo resultados pobres.
Repetían Juan Manuel Salgado como candidato y Adrià Viladomat como ayudante, pero todo alrededor era distinto. Desde la presidencia de Martín Berasategui hasta la labor de entrenador de Romain Fornell. Pesos pesados más que necesarios para dar un buen empujón también entre bambalinas. La recién nacida Academia del Bocuse d’Or España no podía arrancar, a priori, con mejor cartel.
También se llegaba a Turín con la ventaja de la experiencia adquirida en la eliminatoria de Budapest en 2016. Juanma y Adrià sabían lo que se pedía, lo que significa una competición ultraexigente como esta. Y se habían preparado bien, dedicándose en cuerpo y alma durante los últimos meses, estableciendo incluso sinergias interesantes con especialistas que aportaran un plus en la estética del emplatado, un apartado que es crucial dentro del concurso. Estábamos, por tanto, ante una oportunidad única de reclamar un puesto en la final.
Pero de nuevo volvimos a casa con el sinsabor de la eliminación, acabando Juanma a escasos 12 puntos del décimo puesto que se llevó el chef de Reino Unido. Tan cerca de la final, pero tan lejos aún de ocupar el lugar al que un país de fuerte tradición culinaria como es el nuestro puede y debe aspirar.
El español realizó un muy vistoso y bien valorado (noveno mejor) trabajo en cuanto al primer plato se refiere. Allí Juanma Salgado ganó unos puntos preciosos que luego acabó perdiendo en la mítica bandeja con carne y tres acompañamientos que se exige en el Bocuse d’Or. Al final, no faltó incluso espacio para el desconcierto y la rabia. El británico nos pasó por encima tras librarse de una sanción por un retraso en la entrega de su primer plato. Más tarde la organización otorgaba una wild card al concursante italiano, pese a quedar en la tabla por detrás del nuestro. Especialmente por el primer agravio, el equipo español ha anunciado que impugnaría los resultados.
Una vez conocido el veredicto aparecían las lágrimas y la lógica decepción, porque se ha había hecho un trabajo importante pero insuficiente aún. Es cierto que España ha crecido mucho en dos años, que se recibieron felicitaciones. Que hay muchísimo por lo que se puede estar contento. Que si se cuida y se recoge bien lo sembrado en esta ocasión, pronto se obtendrán mejores resultados. Pero la realidad es que seguimos sin alcanzar a potencias “bocusianas” como Noruega, Suecia, Dinamarca, Francia, Bélgica, Finlandia, Islandia o Suiza.
¿Y por qué? Evidentemente, en muchos de estos países no se cocina mejor que en España, pero todos ellos llevan años conociendo bien los entresijos de este mastodóntico campeonato y apuestan fuerte por él a nivel institucional, económico y sectorial. Por ejemplo, el candidato sueco, segundo a la postre, fue elegido el pasado octubre, y desde entonces llevaba preparándose a tiempo completo con el apoyo unánime de su país. Por el contrario, Juanma fue escogido en enero. Él mismo nos confesaba en esta reveladora entrevista realizada en los días previos al concurso que España seguía un paso por detrás de los países nórdicos.
Ya en la edición de 2016 remarcábamos que Hungría marcaba el camino que debía seguir España. A saber: desarrollar un papel activo y colaborativo, alcanzar un sólido apoyo institucional y profesional, escoger un candidato competitivo y dotarlo de medios y equipo. Y podemos certificar que este camino se está siguiendo, aunque queda mucho por mejorar y andar todavía, sobre todo en el apartado de apoyos y actitud proactiva. Mientras tanto, si la impugnación no prospera, tocará ver la final de Lyon sin representación nacional. Una situación que debemos revertir de forma urgente porque, tengámoslo claro, el concurso lo merece. Al fin y al cabo, no hay nada parecido al Bocuse d’Or.