Resulta sorprendente observar cómo la cocina ha pasado siempre de puntillas sobre un tema incómodo como es el de los derechos de autor, mientras otras disciplinas creativas y artísticas se han tomado este asunto mucho más en serio. Son demasiadas las veces en las que un cocinero se atribuye como propio un plato con evidentes inspiraciones en el trabajo de otro profesional. Frente a este problema ha imperado por norma la ley del silencio, aunque empiezan a surgir voces que reclaman que estas prácticas terminen. Las escuchamos por primera vez en foros como Madrid Fusión y el salón HIP.
No se trata tanto de ir contra el uso de referentes o contra el hecho de inspirarse en una técnica o en un plato preexistente. Se trata más bien de apostar por la honestidad y pedirle al sector que reconozca esas inspiraciones, ese trabajo previo de otros profesionales. No sería esa una práctica que desautorizara al cocinero, sino que más bien ayudaría a construir un futuro con más y mejor conocimiento. Clarificaría el origen de las ideas.
En un ámbito como la cocina de autor (o cocina creativa), este tema debería ser especialmente tenido en cuenta. No solo con la intención de denunciar los casos de copias no referenciadas que jalonan la cocina, sino con el objetivo de alcanzar un auténtico progreso culinario en el que las ideas tengan una paternidad clara y reconocida.