Como cada año, corren ríos de tinta una vez se anuncian las nuevas estrellas Michelin, y esta vez no iba a ser menos, habida cuenta de que España acaba de estrenar su noveno triestrellado de la mano del restaurante Lasarte, comandado por Paolo Casagrande y bajo la dirección gastronómica del multiestrellado Martín Berasategui, que ya atesora ocho macarrones. ¡Bienvenidas son todas y cada una de las estrellas!
Pero pese a que en esta edición nos las prometíamos felices (los responsables de la guía habían anunciado un año espectacular), lo cierto es que una vez más la guía nos ha dejado fríos. Y allí están las cifras para apoyar esta frialdad. Tras la cortina de humo previa, todo queda circunscrito a 21 nuevas estrellas (1 triestrellado, 5 biestrellados, 15 estrellas), cifra muy similar a las 16 del año pasado o a las 20 de hace dos años. Es más, las novedades españolas para la Guía 2017 ni siquiera superan cuantitativamente a 2014.
En total, la Guía, que lleva editándose en nuestro país desde 1910, deja a España con un total de nueve triestrellados, 23 restaurantes con dos estrellas y 157 establecimientos con una estrella. O lo que es lo mismo, en términos globales Michelin mantiene a España muy por detrás de Alemania (10 triestrellados, 39 biestrellados, 241 con una estrella, tras 50 años de historia) o de Italia (8, 41, 294).
Son tantas las preguntas que nos surgen… ¿Qué criterios se valoran? ¿Qué aspectos llevan a muchos buenos restaurantes españoles a no satisfacer las expectativas de un inspector? ¿Son realmente los mismos criterios en todos los países? ¿Por qué un restaurante callejero de Singapur cuenta con una estrella mientras aquí cuesta tanto conseguirla? ¿Por qué se anuncia a bombo y platillo un gran año si al final, cuantitativamente, la guía sigue apostando por un crecimiento lento pero sostenido? ¿Cuál es el verdadero objetivo de la categoría “El Plato Michelin”? ¿Y por qué la enorme efervescencia gastronómica de Madrid o Barcelona apenas trae nuevas estrellas?
En fin, el éxito de Michelin es incuestionable (y más fiable que rankings en los que no queda certificado que se ha estado en un restaurante), pero este éxito corre el peligro de no sustentarse en la seriedad y transparencia de unos criterios tan claros como conocidos. No solo hay que ser justo; especialmente en los tiempos que corren, también hay que parecerlo. Solo de esta manera se logrará evitar que crezca esa sensación de que las estrellas Michelin juegan de forma consciente a ser sospechosamente esquivas en nuestro país.