Más allá de pertenecer al vasto universo de las frutas, ¿en qué se parecen una fresa, una piña, una manzana o un kiwi? ¿Hasta qué punto es útil o justo establecer entonces un ranking cualitativo agrupándolas a todas en un mismo saco? Este es y ha sido siempre uno de los grandes peros que puede atribuírsele al listado The World’s 50 Best que cada año publica Restaurant.
Más allá de que todos los que aparecen en el listado sean excelentes restaurantes (por cierto, una buena parte de ellos han aparecido en recientes números de Saber y Sabor), existen muchas y evidentes diferencias de forma y fondo entre propuestas como las de Osteria Francescana, Septime, Tickets o Asador Etxebarri, por poner algunos ejemplos. ¿Con qué criterios cabe medirlos para acabar formando un único ranking? ¿Tienen claros estos criterios todos los que votan para el listado? ¿O es sencillamente la suma de un cierto número de subjetividades tan dispares como lo son los restaurantes que se valoran?
Es cierto que en una sociedad tan amiga de los listados, The World’s 50 Best aparece como el más popular y mediático. Bienvenido sea todo el interés que genera. Pero el sector haría bien en no tomarse demasiado en serio el ranking, dado que se trata de algo así como una clasificación de frutas. Es mejor ver el listado como una contrastada herramienta de marketing y una excelente excusa para que todos los años se celebre una gran fiesta internacional de la alta gastronomía.